¡Goodbye, vértebras sanas!
Ah, las sillas gaming. Con sus agarres deportivos en los lumbares, como si fueras a entrar a la oficina como en una pista de Fórmula 1. Ojo, no sea cosa que mi espalda "pierda tracción" mientras respondo emails o me paso dos horas jugando a Rust. Esa silla me sostiene tan fuerte que me da miedo despegar y aparecer en otra línea temporal, donde quizás alguien sí haya inventado una silla que no destroza los riñones.
Porque te venden esto como si todos necesitáramos esa “sujeción lateral”, ese respaldo rígido y ese "soporte lumbar" que más parece una abrazadera de tortura medieval. Total, si hay algo que necesita mi cuerpo en plena rutina de juego o de programación en casa, es la experiencia inmersiva de un rally en el desierto del Sahara. Y ni hablar del cojín de cuello, ¿no? Ahí está, como el cinturón de seguridad de un avión: incómodo, obligatorio, y completamente inútil si me voy de cara al teclado después de ocho horas de "ergonomía gaming".
Lo peor de todo es que me la vendieron con esa promesa de "soporte total", y ahí estoy yo, en ángulo de 90 grados, sintiendo cada vértebra gritar en silencio. Porque claro, ¿cómo no iba a caer en la trampa del diseño aerodinámico y las costuras fluorescentes? A lo mejor, así de inmovilizado y agarrado, me ahorro el riesgo de "volcarme" en una curva... de la vida misma.